Cuando esperas incesantemente la felicidad, y crees verla llegar vestida de gala, confundida en brazos equivocados, llena de luces y de colores vivos. Con ese rimbombante ritmo acelerado que nos mantiene en un vaivén de  adrenalina. Creemos haberlo logrado.
Hemos sufrido tanto, ese pasado triste, lleno de lagrimas y decepción por lo poco que has sido valorada, entonces sientes que mereces lo mejor, que pronto debería hacerse esa justicia divina y reivindicarse ante ti.
Y te crees digno de un final feliz que imaginamos a partir de las ideas absurdas que nos venden las novelas, o la televisión.
Somos interminablemente inocentes, quizás un poco tontos al creer en eso.
Creo que no existe tal final, porque la vida es una sucesión de momentos buenos y malos, que transcurren a lo largo de nuestro camino, y durante el tiempo que nos toque.
Partiendo de ese punto, ya estamos mal. Pensando, anhelando y esperando que llegue ese tan preciado momento, que hemos atesorado en nuestro corazón como el día en que seremos felices.
Y a veces, - muchas veces - asociamos esa felicidad a ese amor, a ese ser que nos acompaña durante algún periodo de tiempo, eso no es felicidad, no solo eso, o al menos no del tipo de felicidad que luego de un tiempo deambulando por la vida llegará para quedarse, y será para siempre.
No, es del tipo de felicidad que algunas veces volvemos dependencia, al punto de no poder ser felices sin esa persona, sin que al menos alguien logre llenar total o mediocremente ese espacio en nuestra alma.
¿Qué pasa si somos nosotros mismos los que no somos capaces de ser felices sin depender de alguien?.
No es casual hacerse esta pregunta. No es descabellado.
Pasa entonces, que cuando conseguimos a un ser que nos llena, nos quiere y nos hace felices, por algún cierto tiempo indefinido, empezamos a sentir miedo.
Miedo de sentir, si. Miedo de sentir y de sufrir, de que te duela querer tanto a una persona y que finalmente se termine.
Y empiezas a autosabotearte la felicidad que te produce estar con la persona que quieres, por el cierto tiempo que les toque estar, porque tú inútilmente sientes miedo de que eso que vives sea pasajero y se acabe.
¡Que locura! ¿no? Si, es algo loco, además está dotado de un cierto pensamiento obsesivo, que te lleva a hacer cosas muy tontas, con lo cual, solo lograrás sentirte, mucho más tonta.
A veces, no estamos acostumbrados a que nos quieran. Ni estamos acostumbrados a ser felices, y pensamos que eso que nos pasa, es demasiado bueno para ser cierto, o que pronto podría venir la debacle.
Las malas experiencias en nuestro camino, nos enseñan a siempre esperarnos lo peor de todo y de todos. Entonces nos predisponemos y fallamos.
Cuando eres tú, quien siempre ha querido más, quien ha dado más, quien ha esperado menos y quien se ha conformado con poco, sabes que eso que recibes es atípico, no es común, es más de lo que habías pedido y sin embargo lo tienes.
Entonces cuando llega alguien que nos quiere y nos trata bien, quien nos cuida y se preocupa porque estemos bien, sencillamente nos volvemos a sabotear.
Si, esto es sin querer, y por supuesto sin saber, pero aunque suene duro,  nos cuesta creer que algo así esté pasando. Nos cuesta creer que alguien nos quiera de esa forma, porque nunca había sucedido.
Lo cual, irremediablemente es muestra factible de nuestra pobre autoestima, de nuestra poca seguridad ante la vida.
Empezamos a ser reaccionarios, y somos un manojo de miedos y nos resistimos a aceptar las cosas tal como se presentan, sin ostentar tanto a futuro.
Sin querer controlarlo todo, y sin recubrirnos con corazas inútiles, porque lo que va a pasar, pasará aunque cambies tu dirección.
De modo que, no sé, lo digo así, de forma muy categórica, como si pudiera realmente aplicar dichos conocimientos en mi vida personal, pero me doy cuenta de que soy víctima de mi misma una vez más.
Siento que a veces no se manejar mis impulsos, ni mi equilibrio emocional, y todas estas cosas salen cual cause represado por ese autocontrol inservible, y en dos platos…
Me siento idiota. ¬¬
Tanto cuidarse, tanto sabérselas todas, tanto esperarse lo peor, tanta desconfianza, tanto saboteo, y tanta cosa, cuando en la vida lo más fácil sería dejar fluir…
Dejar que todo siga su rumbo sin tratar inútilmente de querer controlarlo todo, sin creer que efectivamente puedes evitarte los dolores.
Vivir lo que te toque vivir, sin más ni más. Porque lo que va a pasar, pasará aunque te resistas.

...No tiene caso.


15 de marzo de 2012